La búsqueda
No hay mayores inseguros que los escritores, aunque su imagen pueda desdecirlo, aunque finjan nuevas posturas y brillantes frases académicas. Quienes nos hemos inclinado a este oficio, con más o menos suerte, lo hemos concebido ya en una primera infancia, que vivimos seguramente en un mundo nuestro en donde la fantasía era más saludable que la realidad. Las realidades de cada hogar son también teatralidades, gestos compartidos por adultos de los que los niños saben poco. Así construir imágenes más amables, aspirar a una belleza nuestra fue nuestro primer pecado. Bienvenido sea ese boleto a un tren saludable, a un paisaje benéfico o cruel, pero hasta cierto punto manejado desde nuestro puesto de trabajo.
Desde allí seguimos viendo el mundo y aunque no estemos en la computadora, traducimos todo el tiempo el mundo: personas, gestos, escenas caen dentro nuestro y son traducidas, de-codificadas, pero no es que no tengamos afectos humanos: es que el lenguaje tira de nosotros como un cordel de oro.
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