Nietzsche en Argentina
El mito del eterno retorno no me es ajeno. Durante años soñé con casas, tenían de extraño el ambiente que en ellas se respiraba, pero lo más impresionante era que dentro de ellas crecía una inundación, a veces era agua de mar, otras, de río, las más, agua estancada, agua muerta.
En uno de esos sueños, bajaba una escalera para encontrarme con ese bautismo, despertándome asombrada porque lo inteligente hubiera sido subir para no ahogarme: pero los sueños no tienen ese tipo de inteligencia que nosotros conocemos, esa inteligencia mercantilista de elegir lo que más conviene a cada ocasión.
La casa tenía unos grandes cortinados de principios de siglo, aunque debajo de ellos, las ventanas no aparecían: una pared correctamente empapelada, de unas flores difusas y grandes como las de un cementerio, se ocultaba.
Si hubiese que haberle puesto música a esas imágenes, de seguro hubiese sido algo fúnebre, algo melancólica o por lo menos que diera una idea de escenario constante; porque parecía una sala que no hubiese conocido la vida durante muchos años, un escenario extraño y sordamente violento, con los personajes detrás del soñador.
1 comentario:
como una prisión
para mi es una invitación a hacer de mi vida aquella que no me arrepienta de vivir una y mil veces
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