Una obra después de Auschwitz
Pero sólo nos queda la fe, que es el medio de nuestros encuentros, el éter de la intersubjetividad, de la comunicación. En otras palabras, contra la posible superchería universal (“el genio maligno”) no hay más que creer en la posibilidad de un juramento de verdad con los ojos y los labios. Para conjurar al Genio Maligno coextensivo a la diferencia entre el parecer y el Ser, que se “interpone” por doquier, sólo queda presuponer la prioridad, la precedencia del que es su adversario verídico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario