ESCRIBIR PARA NADIE
Quién puede ser tan valiente como el conde de Lautraumont y escribir desde lo más oscuro como si nadie fuese a invalidar ni a escandalizarse por lo dicho.
Creo que pocos y hablamos de los genios de aquellos que pudieron derramar su alma, espíritu o psique, que cada cual le ponga un término, desgarrados por una fuerza que no todos tenemos.
Es posible cuando se escribe no pensar en el lector, no pensar en seducirlo, arrinconarlo para que se acerque a nuestra trampa como si fuese el único lugar habitable.
Por otra parte, nosotros los escritores estamos acorralados internamente, muchas veces, no todas, por nuestra educación, nuestra familia, nuestros mandatos, nuestro país, nuestro idioma, avergonzados a veces de vivir en paises pobres o por no tener el suficiente tiempo para dedicarnos a la obra, trabajando en trabajos ajenos, robándole tiempo a todo: amigos, el bar, la frivolidad.
Esta es una época liviana, sin grandes genios, sin grandes paradigmas, el fin de la historia, el fin de las revoluciones, el fin del sentido. O mejor dicho, cada quien pondrá un sentido para su vida, que de lo contrario seremos como plantas.
Que esta virtualidad llegue para juntarnos en pasiones compartidas, desde los más lejanos lugares, que este anonimato sirva para sacarnos los demonios internos y sentirnos libres, por una vez desnudos ante el gran universo al que pertenecemos.
Creo que pocos y hablamos de los genios de aquellos que pudieron derramar su alma, espíritu o psique, que cada cual le ponga un término, desgarrados por una fuerza que no todos tenemos.
Es posible cuando se escribe no pensar en el lector, no pensar en seducirlo, arrinconarlo para que se acerque a nuestra trampa como si fuese el único lugar habitable.
Por otra parte, nosotros los escritores estamos acorralados internamente, muchas veces, no todas, por nuestra educación, nuestra familia, nuestros mandatos, nuestro país, nuestro idioma, avergonzados a veces de vivir en paises pobres o por no tener el suficiente tiempo para dedicarnos a la obra, trabajando en trabajos ajenos, robándole tiempo a todo: amigos, el bar, la frivolidad.
Esta es una época liviana, sin grandes genios, sin grandes paradigmas, el fin de la historia, el fin de las revoluciones, el fin del sentido. O mejor dicho, cada quien pondrá un sentido para su vida, que de lo contrario seremos como plantas.
Que esta virtualidad llegue para juntarnos en pasiones compartidas, desde los más lejanos lugares, que este anonimato sirva para sacarnos los demonios internos y sentirnos libres, por una vez desnudos ante el gran universo al que pertenecemos.
EL MARTILLO
Cuando el trabajo, cuando lo cotidiano
nos va y nos va golpeando,
se abandonan los bellos disfraces con que un día
jugamos a inmortales. Y el alma queda en nada.
Y el hombre es sólo humano, repetible, cualquiera,
anónimo y sagrado.
Cuando el martillo, cuando lo duro y terco
con tacto y metal seco
ataca destellante, declara hasta la estrella,
claro y seco, sonoro, totalmente inmediato,
lo mínimo y precioso del centro diamantino,
señala en mí el destino.
Dando en el clavo, dando en firme verdades
de claridad constante,
pulveriza implacable la ganga de ideales
y el yo que se inflacciona y espesa gasa a gasa
la opacidad que esconde, durísima, en el fondo,
mi pequeñez más pura.
Dando iracundo, dando a luz con coraje,
me forja mi atacante.
Ya no soy quién con nombre. Ya todo lo doliente
-la sombra que me sigue, la vida que aún me cuento-
trabajado, desnuda su principio intangible:
nadie es nadie si es hombre.
Donde se calla, donde las vidas mudas
fielmente se permutan
y dan una por otra continuo testimonio
de aliento sostenido, de corazón perpetuo,
yo pongo mis pequeñas palabras para todos
y una esperanza en alto.
Donde los días, donde lo lento y largo,
cuenta a cuenta es rezado,
nacido para amar, para morir, aún canto
y apenas perceptible mi voz corre en el fondo
del mundo que sí existe, y es fugaz, y es hermoso.
Soy, perdido, un amante.
Canto la muerte. Canto, libre de engaños,
los días y trabajos,
los oficios humildes que rezan los obreros,
la dureza consciente, los héroes cotidianos,
los hombres que se siguen sin alzar la cabeza,
sin bajarla tampoco.
Manda, martillo. Manda, aunque me duelas.
Levanta en mí la estrella.
Contra mí mismo lucho cuando busco ese estado
de radiante conciencia, de humildad trascendente,
y esa luz sin materia ni yo central clamante
de un dolor bien tallado.
Manda, implacable. Manda tú, necesario.
Fórmame con tu rayo.
El aire es un halago cuando muevo los brazos
transporto sin sentarme lo que otros me entregaron
me olvido de mi mismo, tomo y doy -iah!- respiro.
Soy mortal; soy activo.
Duro es mi tiempo. Duro y ciego es mi mundo.
Mas yo seré más duro,
golpeando sin odio, martillando verdades
necesarias, sagradas, salvadores, terribles
como un amor oculto que al fin dice su nombre,
resulta ser combate.
Duro es el sino. Duro, el vivir abrupto.
Duro es también el puño
donde estoy apretando, y ocultando, y formando,
mi voluntad, mi furia, mi decisión de entrega
y el valor de ser hombre.
Contra lo vago, contra lo dulce y triste
que en lo ancho me desvive
y en el agua sin forma de lo total irisa
una leve sonrisa, quizá melancolía,
propongo estrictamente, con una rabia heroica,
lo claro, amargo y frío.
Contra lo blando, contra los mil perdones,
hoy mato corazones.
Soy la luz y el martillo, soy el terco trabajo
de los hombres cualquiera, y ese motor sin pausa
que afirma y más afirma, golpe a golpe labrando
la estatua colectiva.
¡Pobre de ti! ¡Pobre de mi, que a veces,
como tú, siento fiebre.
agiganto mi pulso, me imagino que siempre
durarán por intensos mis mínimos instantes,
lo mío y solo mío, lo ineludible y loco
del verso que ahora apuesto!
¡Pobre de mí! ¡Pobres de los que, pobres,
lloramos los sudores,
creyéndonos divinos, gota a gota acabando
en esa cristalina verdad que transparenta
lo mucho que debemos, lo poco que valemos,
la nada de los nombres!
Canta, martillo. Canta tú hasta matarme.
Contra mí, sé constante,
hasta hacerme y hacerme notar qué poco importo,
y hacerme ver qué poco soy si soy quien se explica,
y cómo cuanto existe se vuelve en mí plausible,
y es en mí, sin yo, vida.
Canta, martillo. Canta claro verdades.
Canta lo irremediable.
He abrazado el difícil destino que me cumple.
Soy como tú. Soy nadie. Soy un hombre clavado.
Mas no cejes, martillo, por mucho que me queje.
Sé mi estampa fulgente.
Gabriel Celaya
Cuando el trabajo, cuando lo cotidiano
nos va y nos va golpeando,
se abandonan los bellos disfraces con que un día
jugamos a inmortales. Y el alma queda en nada.
Y el hombre es sólo humano, repetible, cualquiera,
anónimo y sagrado.
Cuando el martillo, cuando lo duro y terco
con tacto y metal seco
ataca destellante, declara hasta la estrella,
claro y seco, sonoro, totalmente inmediato,
lo mínimo y precioso del centro diamantino,
señala en mí el destino.
Dando en el clavo, dando en firme verdades
de claridad constante,
pulveriza implacable la ganga de ideales
y el yo que se inflacciona y espesa gasa a gasa
la opacidad que esconde, durísima, en el fondo,
mi pequeñez más pura.
Dando iracundo, dando a luz con coraje,
me forja mi atacante.
Ya no soy quién con nombre. Ya todo lo doliente
-la sombra que me sigue, la vida que aún me cuento-
trabajado, desnuda su principio intangible:
nadie es nadie si es hombre.
Donde se calla, donde las vidas mudas
fielmente se permutan
y dan una por otra continuo testimonio
de aliento sostenido, de corazón perpetuo,
yo pongo mis pequeñas palabras para todos
y una esperanza en alto.
Donde los días, donde lo lento y largo,
cuenta a cuenta es rezado,
nacido para amar, para morir, aún canto
y apenas perceptible mi voz corre en el fondo
del mundo que sí existe, y es fugaz, y es hermoso.
Soy, perdido, un amante.
Canto la muerte. Canto, libre de engaños,
los días y trabajos,
los oficios humildes que rezan los obreros,
la dureza consciente, los héroes cotidianos,
los hombres que se siguen sin alzar la cabeza,
sin bajarla tampoco.
Manda, martillo. Manda, aunque me duelas.
Levanta en mí la estrella.
Contra mí mismo lucho cuando busco ese estado
de radiante conciencia, de humildad trascendente,
y esa luz sin materia ni yo central clamante
de un dolor bien tallado.
Manda, implacable. Manda tú, necesario.
Fórmame con tu rayo.
El aire es un halago cuando muevo los brazos
transporto sin sentarme lo que otros me entregaron
me olvido de mi mismo, tomo y doy -iah!- respiro.
Soy mortal; soy activo.
Duro es mi tiempo. Duro y ciego es mi mundo.
Mas yo seré más duro,
golpeando sin odio, martillando verdades
necesarias, sagradas, salvadores, terribles
como un amor oculto que al fin dice su nombre,
resulta ser combate.
Duro es el sino. Duro, el vivir abrupto.
Duro es también el puño
donde estoy apretando, y ocultando, y formando,
mi voluntad, mi furia, mi decisión de entrega
y el valor de ser hombre.
Contra lo vago, contra lo dulce y triste
que en lo ancho me desvive
y en el agua sin forma de lo total irisa
una leve sonrisa, quizá melancolía,
propongo estrictamente, con una rabia heroica,
lo claro, amargo y frío.
Contra lo blando, contra los mil perdones,
hoy mato corazones.
Soy la luz y el martillo, soy el terco trabajo
de los hombres cualquiera, y ese motor sin pausa
que afirma y más afirma, golpe a golpe labrando
la estatua colectiva.
¡Pobre de ti! ¡Pobre de mi, que a veces,
como tú, siento fiebre.
agiganto mi pulso, me imagino que siempre
durarán por intensos mis mínimos instantes,
lo mío y solo mío, lo ineludible y loco
del verso que ahora apuesto!
¡Pobre de mí! ¡Pobres de los que, pobres,
lloramos los sudores,
creyéndonos divinos, gota a gota acabando
en esa cristalina verdad que transparenta
lo mucho que debemos, lo poco que valemos,
la nada de los nombres!
Canta, martillo. Canta tú hasta matarme.
Contra mí, sé constante,
hasta hacerme y hacerme notar qué poco importo,
y hacerme ver qué poco soy si soy quien se explica,
y cómo cuanto existe se vuelve en mí plausible,
y es en mí, sin yo, vida.
Canta, martillo. Canta claro verdades.
Canta lo irremediable.
He abrazado el difícil destino que me cumple.
Soy como tú. Soy nadie. Soy un hombre clavado.
Mas no cejes, martillo, por mucho que me queje.
Sé mi estampa fulgente.
Gabriel Celaya
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